HABÍA UNA FIESTA...
Como hacen los fuegos artificiales
cuando chisporrotean en el cielo negro
de los pueblos
yo procuraba
encender cohetes
pero me quemaba las manos
y no veía nada
porque ella
lo iluminaba todo.
Ella
estaba
allí
mirándome de vez en cuando,
enigmática
como una presencia mitológica.
Y yo todo lo hacía
para ser
-al menos por un instante-
un reflejo pequeño en el brillo de sus ojos.
Y me sobraba todo:
el amigo,
la sorpresa,
la comida,
la música,
la risa...
porque me faltaba su voz
que llegaba confundida entre las voces odiosas de la gente,
mezclada con otros tonos altisonantes.
Y pues me faltaba su voz
TODO me importaba NADA.